Misteriosa mañana de Navidad
(cuento navideño escrito a 3 manos)- Si hubieras llamado antes, todo ésto no hubiera pasado...
Cada vez que mi abuela me recordaba mis obligaciones, tenía que prestar oídos.
- Si hubieras llamado antes, tal vez tu padre aún estaría aquí...
Es inútil la culpa. La gente grande siempre sabe más.
Me cuesta imaginarme viejo, a pesar de que ya tengo casi quince y tres canas en la frente.
Tuve que madurar rápido. Las tragedias pasadas en la familia parecían todas por mi culpa.
Ahora, esta ausencia. Volver a estar frente a un teléfono que no suena.
Papá no debe estar demasiado lejos. La última vez me lo trajeron los de la tienda de al lado. Esta vez es diferente. ¡Estando en un país lejano todo lo es!
- Por eso no lo tomes a reproche; este relato es casi un permiso.
Me debato ante la idea de tener que recurrir a la policía; mi padre detesta a los polis.
Quizá él esté en un bar, alcoholizado... o medio moribundo.
- No te sientas responsable por esto. Las predicciones de la abuela, más que presagios, fueron siempre destino.
Quién sabe, me digo (sabiendo que puedo mentirme), sólo está perdido en los brazos de una mujer hermosa...
No puedo evitar echarme la culpa. Presiento que me abandonó, y todo por las últimas palabras que le dije.
Un padre que es como un hijo puede invertirle a uno el curso cronológico. Por eso no me extrañan las tres canas que peino, cada mañana, frente al espejo de mi abuela.
Vivo con el constante pensamiento de que él nunca me quiso como yo a él.
Querer implica cuidar, proteger... incluso de esa abuela oracular que marcaba mis días con infortunios tan creativos.
Tal vez tenga mucho que ver la llamada que él recibió a primera hora. Él hablaba como si estuviera solo, sin saber que yo estaba despierto, escuchando atentamente cada una de sus palabras.
Colgó, seguramente deseando que nadie volviera a buscarlo.
- Por qué entonces, espejo, insisto en protegerlo...
Puedo imaginarme la luz tristona de sus ojos (que siguen siendo hermosos) al momento de colgar.
Él se fue, y yo me quedé pensando cómo salvarlo, aun sin saber si eso era lo que él hubiera deseado.
Están golpeando la puerta del espejo. Ahí están las tres canas: una por mi padre desaparecido, otra para pagar el cajón de la abuela, y otra por las rejas que tal vez me esperan.
Seguramente deberé devolver las armas; la mafia no permite distracciones ni olvidos.Tomé todas las que podía cargar en mi mochila y decidí dirigirme a la dirección que le oí a mi padre.
- Parece que estuviera oyéndola todavía, con su vieja voz: "Vas a ser el único capaz de salvarlo..."
Maldita mi suerte. Tener que ocuparme de toda esta basura familiar. Es demasiado el peso en mis hombros; pero ya no hay modo de volver atrás.
Esta mochila, como una metáfora, carga el destino de mi padre.
Antes de salir me asomo a la ventana y observo la calle: el automóvil negro acaba de detenerse enfrente.
Vienen a buscarlo... pero él ya no se encuentra aquí. Estoy yo, casi viejo, con mi mochila a cuestas.
Cuál no será mi sorpresa al verlo bajar del auto sonriente, con una sonrisa que no le conozco desde hace años.
Veo la escena, sin tener idea de lo que está pasando.
¡De repente todo cobra sentido! Y corro, ya sin mochila. Mis casi quince, mi pelo oscuro, los ojos en lágrimas, a abrazar la figura que se asoma fuera del auto: mi madre. Mi regalo de Navidad.
La abrazo fuerte fuerte, olvidando las armas, los presagios de la abuela, los ojos tristes de papá. Ya nada importa, sólo abrazar a quien tanto me hizo falta durante todos estos años.
Siempre sonriente, mi padre recoge la mochila.
Entramos los tres a casa.
Pienso lo que hubiera dicho mi abuela, de haber conocido mis tres canas...
La abrazo fuerte fuerte, olvidando las armas, los presagios de la abuela, los ojos tristes de papá. Ya nada importa, sólo abrazar a quien tanto me hizo falta durante todos estos años.
Siempre sonriente, mi padre recoge la mochila.
Entramos los tres a casa.
Pienso lo que hubiera dicho mi abuela, de haber conocido mis tres canas...
Bianca Zunino
Aída Arias
Vladimir Merchensky